Miércoles, 16 de octubre de 2024

Valencia proclama la gran Misericordia de Dios

Ecos del XVI Encuentro Nacional de la Divina Misericordia

“La misericordia es un edificio eterno”, dice el salmo 89. Estas palabras bien pueden continuar con estas otras que la Escritura refiere a la Iglesia: “y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor”. Pues bien, a la edificación que es el culto a la Divina Misericordia en España, ha venido a añadirse una nueva piedra, un sillar muy bien labrado, que ha sido la celebración del XVI Encuentro Nacional de la Divina Misericordia, celebrado en la ciudad del Turia durante los días 12 y 13 de octubre.

Han sido dos intensas jornadas de oración, formación y encuentro, organizadas por la Asociación del Apostolado de la Divina Misericordia de Valencia para los asistentes inscritos de las diócesis de Albacete, Cáceres, Cuenca, Lleida, Murcia, Orihuela-Alicante, Pamplona, Sevilla, Tarragona, Toledo, y los propios de Valencia. A ellos se han añadido un número considerable de participantes no inscritos procedentes de diversos lugares España y de países hermanos: Colombia, Ecuador, Honduras, Méjico, Venezuela… En total, más de trescientas personas, que, coincidiendo con el Día de la Hispanidad, hemos venido a rendir culto a Dios en su misericordia, formando una pequeña-gran comunidad hispánica donde hemos podido compartir el gozo de la comunión en la fe, la devoción a la misericordia divina y la fraternidad en la relación humana.

Como preparación al encuentro, en la mañana del sábado 12, un numeroso grupo realizó una visita a la catedral de Valencia, deteniéndose con atención especial en la capilla del Santo Cáliz, donde se venera la copa utilizada por nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena.

Posteriormente, a las tres de la tarde, dando inicio al programa oficial, el Encuentro comenzó con el rezo del Santo Viacrucis en un recorrido por el Parque Central de Valencia. Terminado el viacrucis, a media tarde, los participantes nos trasladamos a la parroquia de San Francisco de Borja, sede de la asociación anfitriona. En ella pudimos disfrutar de la conferencia “La Divina Misericordia en la Sagrada Escritura” que impartió el Rvdo. Don Joaquín Mestre Ferrer, profesor de Sagrada Escritura de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer. De acuerdo con el título, don Joaquín presentó el amplio panorama de la misericordia en la Palabra de Dios, y su paralelismo con el Diario de santa Faustina Kowalska, señalando como eje fundamental la infinita bondad de Dios que se revela como amor misericordioso no solo en el Nuevo Testamento, sino desde las primeras páginas del Antiguo.

Tras la conferencia tuvimos, rezamos la coronilla y, como novedad, se presentaron los miembros de la junta directiva de la Federación Nacional de Asociaciones de la Divina Misericordia constituida hace unos meses y aprobada recientemente por la Conferencia Episcopal Española. A continuación la Santa Misa, presidida por el Ilmo. Sr. Don Vicente Fontestad Pastor, vicario general de la archidiócesis de Valencia, que ilustró su homilía con citas de la Palabra de Dios referidos a la compasión, la ternura y perdón de Dios Padre, poniendo énfasis en Jesucristo, la misericordia de Dios encarnada. Si quitáramos la misericordia de la Sagrada Escritura –dijo– toda ella se nos caería como un castillo de naipes.

Esta primera jornada concluía con una vigilia nocturna, de oración al Santísimo Sacramento en la magnífica iglesia de San José de la Montaña. El domingo, día 13, comenzó, según lo programado, con la conferencia “La Divina Misericordia en la misión de la Iglesia” en la céntrica iglesia del Santísimo Cristo del Salvador, que nos brindó el decano de la facultad de Teología de Valencia, don Santiago Pons Doménech. Sus palabras, tan mesuradas como vibrantes, de índole práctica, sobre cómo evangelizar desde la espiritualidad de la Divina Misericordia, llegaron muy hondo al corazón de los oyentes, apóstoles cuya vocación es vivir y difundir el mensaje dado por el Señor a santa Faustina.

Don Santiago estructuró su conferencia en torno a los tres grados de humildad que enseña san Bernardo, y desde ahí hizo ver cuáles deben ser las características y el modo de actuar de un apóstol de la Divina Misericordia. Señaló que este modo de actuar sigue tres fases: el reconocimiento de la verdad de uno mismo, siempre necesitado de recibir la misericordia de Dios; el reconocimiento de la necesidad de esa misma misericordia en el prójimo y la contemplación de Dios en su misericordia, como supremo atributo divino. Incidió especialmente en que por nuestra condición de pecadores los hombres siempre hemos necesitado de la misericordia divina, pero esa necesidad se hace acuciante en este momento de la historia. Nos hizo ver que el hombre contemporáneo, nosotros, que vivimos instalados en la sociedad del confort, nos hemos autoconvencido de que no precisamos de Dios. Lo hemos alejado de nuestra realidad cotidiana y no lo echamos en falta porque materialmente vivimos muy bien, y, en cambio, experimentamos el profundo vacío de falta de felicidad, que solo podemos remediar con el amor misericordioso de Dios. Cubrir ese vacío, propio de esta época, es la razón de ser de esta espiritualidad.

Por este motivo aconsejó vivamente a todo apóstol de la Divina Misericordia que, cuando en las relaciones humanas ordinarias nos encontramos con alguien que pasa por situaciones de infelicidad, la respuesta de misericordia debe consistir, no en hablarle de la misericordia de Dios, sino en ofrecéresela a través de las palabras y las obras, es decir con la acogida, el acompañamiento, la ayuda y la comprensión alejada de cualquier juicio sobre la persona. En situaciones especialmente dolorosas, el amor de Dios solo se puede ser entendido a través de la misericordia que pueda ejercer el cristiano. Después, en un segundo momento, cuando gracias a la cercanía humana, haya capacidad para recibir el mensaje, entonces el apóstol no lo puede callar, no puede dejar de decirle, “Dios te ama; Cristo, que está vivo, resucitado y presente en la Eucaristía, ha dado su vida por ti”.

Tras esta lección magistral, brillantísima, nos dirigimos a la catedral para rezar la coronilla y poner el broche final con la celebración de la Santa Misa, que presidió el arzobispo de Valencia, don Enrique Benavent Vidal, cuyas palabras vinieron a ser una síntesis de las ideas anteriores: la misericordia como amor incondicional de Dios al hombre, presente en la Sagrada Escritura y en la predicación de la Iglesia y la necesidad de practicar la misericordia con el prójimo.

Una vez clausurado el Encuentro, todos los que pudimos quedarnos, más de doscientos asistentes, festejamos nuestra participación con una esmerada comida fraterna en un restaurante de primera línea de playa, cuyas cristaleras abiertas al Mediterráneo, nos brindaron el mejor de los escenarios para despedirnos en un clima de cordialidad y alegría. Motivos nos han sobrado para dar gracias a Dios y a los hermanos de Valencia por el esfuerzo realizado y la acogida que nos han dispensado.